Sofía Asencio y Tomàs Aragay analizan el impacto de la iconografía en una pieza donde la danza se enriquece del teatro, la pintura y el cine
València, 18 de enero de 2021
La pieza es, esencialmente, un dúo de danza entre Asencio y el coreógrafo Nazario Díaz, aunque en realidad esconde multitud de referencias de otros ámbitos artísticos. Como en un juego de matrioskas rusas, la primera capa va dejando al descubierto otras que irán revelándose progresivamente, al igual que las diferentes obras de Rublev se iban sucediendo en la película de Tarkovski. De este modo, la danza se nutre de influencias teatrales, pictóricas y, por supuesto, cinematográficas, dando como resultado una obra que permite a la compañía “continuar investigando en los numerosos momentos formales, sonoros y materiales que hay en escena y, de esta forma, profundizar en el diálogo”.
Con dos décadas de trayectoria a sus espaldas, la formación de Aragay y Asencio siempre ha perseguido la creación de espacios de discurso poético capaces de alterar nuestra comprensión de la realidad. En el caso de Andrei Rublev, el estilo iconográfico único del pintor provoca en el espectador “una impacto y recogimiento interior debido al uso de la perspectiva invertida, que nos habla del arte no como un retrato de la realidad, sino como una realidad entre las realidades”. Todo ello a partir de esa dualidad que dejó a Rublev sin habla hace seis siglos: “Eso fue lo que puso en marcha este trabajo. Lo bello versus lo bárbaro, lo santo versus lo brutal, lo fuerte versus lo débil, lo grande versus lo mínimo, lo sensual versus lo frío… Pero con la intención de generar un proceso de elaboración iconográfico donde estas cualidades, aparentemente opuestas, se fusionen en sus diversas modalidades. Así crearemos una paniconografía, una serie de iconos con cualidades complejas”.